¿Quieres conocer como era uno de los Cafés – Cantantes primitivos del flamenco? Nos adentramos en el Café de Silverio gracias al Boletín Gaditano de la Academia de Ciencias y Artes de Cádiz
EL SALÓN SILVERIO
(Recogido en el Boletín Gaditano – eco de la Academia de Ciencias y Artes Nº 10 – Junio de 1878)
Existe en Sevilla en la calle del Amor de Dios entrando por la de Santa María de Gracias a la derecha, un Café-Taberna que tiene la honra de ser visitado por cuantos concurren a admirar las bellezas de la capital de Andalucía.
Los tipos y las costumbres que se observan en aquel lugar, son dignos de estudio, pues (dicen) representa el carácter mas señalado y que más distingue a los andaluces de las demás poblaciones españolas.
A él asisten además de los aficionados á lo flamenco que son permanente, los extranjeros que se dedican a estudiar las costumbres de las poblaciones que visitan y los habitantes de los pueblos comarcanos que en sus necesarias excursiones a Sevilla encuentran gratísimo solaz en lo que ellos llaman el Salón de María Santísima.
Todo allí es tan especial que es imposible sin conocerlo formarse un concepto aproximado. Un portal como de media vara, que también sirve de mingitoria, dà paso a una escalera estrecha, larga y empinada que conduce a un salón de bajo techo y ennegrecidas paredes, alumbrado por una mezquina luz de petróleo que presta un reberbero suspendido del centro del salon. El ajuar lo componen un sofá de color desconocido, una mesa de pinocoja y sucia y un palomar. A la derecha hay una puerta que da paso a una habitación que sirve de cocina y mostrador y en cuyo suelo hay siempre tres o cuatro dedos de aguas a causa de que allí se vacían los restos del servicio y las aguas con que se limpian los vasos.
Después de cuatro o cinco vueltas y otras tantas escaleras se encuentra dos salones en ángulo recto, en cuyo vértice se halla un tablado semicircular, decorado por un espejo con doradas molduras, dos reberberos y unos cuantos taburetes donde toman asiento los que amenizan con sus cantos y bailes aquel establecimiento por el siguiente orden:
En primer término «er zeñó Silverio (á) el rano», que da nombre al salón, y de cuya vida se cuentan innumerables anécdotas referentes a su arte, especie de director con una varita que marca el compás: luego sigue «er maestro Perez» famoso tocador de guitarra y que á petición del público suele bailará la vez que toca: posteriormente las ninfas entre las notables, la Juanela, la Parrala y la Chata y en fin entre los hombres el Colorado que imita el francés, el Roteño que canta Guajiras, y baila á lo mulato y otros de cuyos nombres no me acuerdo que son la perfección en el arte y forman la delicia de la Sociedad.
Las paredes se hayan pintadas al fresco tratando de imitar ángeles y flores: el alumbrado es de petróleo y la atmósfera irrespirable.
Aquel conjunto tan extraordinario, aquella algarabía tan formidable, aquel chocar de vasos, aquellos vapores de aguardiente y tabaco, y aquel olor tan nauseabundo forman un efecto imposible de describir. Así que cuando por primera vez se entra en el salon, la primera impresión es quedarse inmóvil sin darse cuenta de lo que allí sucede, hasta que los acompañantes nos conducen a una mesa donde sirven unos bolos de aguardientes ó cañas de manzanilla en mugrientas bateas de latas.
Empieza la fiesta y la varita de «er zeñó Silverio» chocando con los piés de su silla marcan el compás que bien pronto cogen sus satélites en el tablado. Uno ó una entona una Javera por todo lo alto, que solo es interrumpida por alguno que otro ¡bravo! que se escapa de los labios de algún entusiasta admirador. Al poco rato otro u otra sale a bailar en medio del mayor silencio, concluyendo con oles, bravos, gritos, y todo el repertorio pertinente a aquellos lugares. El público aplaude desaforadamente pidiendo su repetición, y previa la anuencis de Silverio, se repite en medio de un entusiasmo indescriptible. Los aplaudidos reciben de manos de sus admiradores aguardiente, cerveza, manzanilla y café, todo lo cual aceptan y consumen por no despreciarlo.
Lo característico de aquel lugar y lo que más llama la atención de cuantos á el concurren es el ascendiente que sobre el público tiene Silverio y el respeto y consideración que a su vez le guarda el público.
Sucede a veces que por lo avanzado de la hora no permite Silverio que se repitan sus escenas, y con una mirada de inteligencia dirigida al aplaudido prohibe que vuelva a trabajar. Entonces el público grita y se incomoda y en todos los tonos exige que se le complazca; se levanta Silverio muy pausado, y con un aire magistral impone silencio, dirigiéndose al extremo del tablado. El público ahoga sus gritos porque va á hablar zeñó Silverio, y les dice cuando reina un profundo silencio : Señores hacer er favó e no esgañotarse mas, porque es una guasa… de los artistas con tanto jaleo.
Alguno que otro guasón, dice: que cante, que baile, y empieza un tiroteo de palabras asquerosas y timos y maldiciones. Hasta que Silverio con estentórea voz los manda callar, amenazándolos con cerrar la reunión si vuelve a haber bronca; cuyas palabras surten un efecto prodigioso y Silverio se jacta de haber conseguido dominar la situación restableciendo el órden perturbado. Entonces Silverio entona una soleá que hace olvidar á los aficionados la gresca.
Ni digo más, porque la pluma se resiste á escribir las escenas que á última hora tienen lugar y las cuestiones que por motivo de amor propio se suscita entre artistas y aficionados. Solo sí recomendaríamos a los sevillanos se abstuvieran de llevar a aquel paraje tan inmundo a los extranjeros, pues sus escenas a más de producir un concepto desfavorable solo inspiran asco y repugnancia.
Onayom-Nitsuga